Programa, programa, programa.
El marco de esta lectura de dos textos académicos de Colomina y Tschumi es una discusión sobre el «Programa», dentro del seminario Estrategias de Innovación y Formación en la Docencia. Voy a hacer una breve lectura transversal de ambos textos centrándome en la noción de programa.
Preguntarse acerca del papel de las escuelas de arquitectura, cómo enseñar arquitectura, o, incluso, preguntarse cómo debería ser una escuela de arquitectura parece ser una ocupación razonable para aquellos que se dedican a la docencia. Las reflexiones de Beatriz Colomina y de Bernard Tschumi tratan de arrojar luz sobre estas preguntas y tienen algunos puntos en común. Siendo la de la primera más exhaustiva, ambos esbozan una visión crítica de varias experiencias pedagógicas de la segunda mitad del siglo XX. Por otra parte, ambos ponen especial énfasis en la relación entre institución, docentes y alumnos.
Entre las múltiples definiciones de «programa», hay dos que coexisten en el ámbito de las escuelas de arquitectura. Por un lado se usa en los cursos de Proyectos en su acepción más arquitectónica, entendida como el conjunto de espacios y usos con que debe contar la propuesta. Por otro lado, es el documento que resume los objetivos del curso, la metodología y la organización de los contenidos de la asignatura.
Tschumi hace un especial énfasis en el binomio espacio/evento (o arquitectura/programa), utilizándolo como hilo conductor. Programa significa acción, verbo. El espacio (o la arquitectura) es el marco en el que ocurre esa acción. Su curso «Theory, Language, Attitudes» en la AA se centraba en la dialéctica entre lo visual y lo verbal. El programa aparece de manera transversal, ya sea como elemento ficticio insertado en arquitecturas documentadas fotográficamente, o como fragmentos literarios transformados en proyectos de arquitectura.
Colomina, en cambio, hace uso del «programa» en ese segundo sentido más estrictamente académico, en relación al contenido y objetivos de los cursos de proyectos o incluso de las escuelas de arquitectura, como proyecto pedagógico. La noción de programa no aparece expresamente con tanta frecuencia, pero es una vez más el hilo conductor de la reflexión. En las experiencias pedagógicas radicales, el programa define las relaciones entre docentes y alumnos, y es la principal herramienta desestabilizadora del orden establecido, capaz de crear nuevas relaciones entre las instituciones y las personas, de mover sus cimientos.
Ambas aproximaciones confluirían en una noción más contemporánea de «Programa», entendido como el «conjunto de las normas del juego» o un «set de herramientas» para montar el proyecto. El juego será más o menos interesante en la medida en que esas reglas sean suficientemente sencillas y flexibles, pero capaces de generar un resultado que no está necesariamente contenido en ellas, como en el Juego de la Vida de Conway.